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Un Paseo por el Mar

  • Foto del escritor: goizekoizarra
    goizekoizarra
  • 25 mar 2024
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 23 dic 2024

Un fino haz de luz penetra en la habitación a través de las rendijas de la contraventana,

un destello de la magia que adorna las noches de madrugada,

una parte del hilo que acompaña mi camino tras decidir salir

del pozo sin fondo en el que vivía.


La diagonal formada, se diluye entre las sabanas que protegen mi cuerpo

 del templado frio del reposo,

desde donde resurjo al presente con la apertura de los ojos,

aturdidos por la oscuridad,

expectantes por el brillo del resplandor que avanza hasta mi regazo,

donde ahora descanso.


Miro a tientas la hora exacta, mas me digo que tranquilo,

da igual la hora que sea.

Si es temprano, mi cuerpo agradecerá el relajo con el que quiero acompañar ese espacio de más.

Si es tarde, mi cabeza refunfuñara por haber perdido la oportunidad de imponer su deseo y acabar con la esperanza de la duda.


Inhalo. Exhalo.


La duda, bella forma en la que se transforman mis ideas,

hacen que gire hacia los lados, camine hacia atrás o de grandes zancadas hacia la vida, nueva, sabía.

Sea la hora que sea no miro.

Y sonrío, por mi decisión.


Acerco las manos hasta mi pecho.

Escucho el rítmico susurro entre el silencio de mis respiraciones, dejando el haz, acompañante leal al despertar, que muestre las nuevas sensaciones, exclamando el deseo de descubrimientos interiores.


Noto como mi cabeza, que ha dormido entre algodones esa noche, quiere adelantar trabajo y comienza a telegrafiar mensajes, órdenes entremezcladas, exigencias... para llevar a cabo en horas posteriores,

acumulando tensas incursiones sobre los músculos todavía dormidos.


Respiro profundamente el aire que exhalo obligándolo,

como el viento que entra por la ventana de la casa,

a barrer a su paso el polvo posado sobre mi piel,

llevándolo hasta la puerta de entrada abierta.


Quiero permanecer inmóvil todo el tiempo,

dormir de nuevo si el reloj quiere concederme unos minutos más,

para caer en brazos de los miedos que aún no reconozco,

o en manos de esas fantasías que atrapan y dibujan sonrisas,

para acompañarme durante el día.


Quiero en este espacio jugar con quien soy,

o más bien con quien creo que soy.

Para ello me dejo llevar por mis pasos dados.


Recuerdo…


Un bronco sonido interrumpe mis reflexiones. Presto atención. Seria fácil descubrir si el murmullo proviene de alguien que duerme a mi lado.

Lo dejo estar. Ahora que puedo, disfruto manteniendo la incertidumbre, el hormigueo que se siente cuando en épocas pasadas pasaba el rato mirando de reojo, situaciones comprometidas.


El miedo. De el aprendo, cuando poco a poco ofrezco al corazón, que nunca escucha estos chismorreos,

armas con las que confrontar las adivinanzas mentales.


Recuerdo la noche en la que asustado enfrenté mis demonios. Cuando comencé a sacar la mano de entre las sabanas, relajarme, cerrar los ojos y dormir.


Para comprobar la mañana siguiente que seguía vivo y de una pieza.

Comprobé que los malos ya no estaban conmigo.


Vuelvo a desconectar de mis pensamientos, mientras mis manos siguen sintiendo el pecho como se eleva suave, acariciado por el ritmo del bombeo.

El leve sonido de un berrinche viaja por el pasillo de la casa.

Por un instante mi cuerpo se tensa, para relajarse en cuanto soy consciente de ello.

Este solo o no,

nadie puede ya acercarse para hacerme daño.

Este es mi palacio, los ogros no tienen cabida.


Confía, me digo.


Presto atención.

Disfruto cuando reflexiono.

Y a veces no lo hago en momentos adecuados.


Tomo aire una y otra vez,

hasta que mis músculos se hunden en el colchón, protegiendo mi figura.


¿Y la confianza?


Cuando las personas que deberían de quererte,

asesinan al niño llevándose lo mas digno de su ser,

la vida se desliza como hielo pulido bajo los pies.

En algún momento caerás. Tarde o temprano.



Lo se, porque confiar en mi es, confiar en el regazo de mi padre, sobre el cual un día me senté, comenzando a olvidarse mis recuerdos. Todo se desmoronó, donde los gritos eran ahogados por manos vacías de tímpanos asustados, tapados, por el poder del hombre que gracias a su tono, ahuyentaba todos los males, los suyos, no los míos.

Humos que se multiplicaban con los días, abuso tras abuso.


Sin darme cuenta todo aquel que se acerco a mi, fue digno de desconfianza, a pesar del cuerpo, del tiempo, de la sabiduría compartida, de transformar la ansiedad en calma.


Aparté a gente merecida por miedo a poner en ella mis más necesitadas peticiones. Golpee con arrogancia su rostro hasta sangrar.

El color rojo es el que veía, el único que saciaba.


Un buen día alguien coloco un espejo entre los dos.


¿Qué ves?- me pregunto


Yo no supe que contestar. Me veía a mi. Seriedad, susto, encorvado,…

Miraba la sonrisa irónica tras la cual estaba yo.

Quise llorar.

Pero mi orgullo no dejo ningún sabor salado en mi rostro.

Estuve horas. Sabía que algo tenía que aprender de todo ello.

Por eso me observaba, viendo la tristeza que solía ver en los rostros de los demás, comprendiendo las vidas que había coloreado con mis criticas.

 

Fue entonces cuando lo noté.

Mi corazón se arrugo un poquito y al estrujarse, una lágrima brotó de los ojos. Recorrió el pómulo, bordeo los labios, se asomo al vacío de la barbilla recién afeitada y desde allí salto.

Bien la gravedad, bien su arrojo y empeño al demostrarme el valor y atrevimiento con la vida.

Al contrario que mi persona, quedándose parada en el acomodado sillón.


El paso del tiempo hizo de su caída una gota que crecía con el rozamiento del aire, haciéndose más fuerte.

Vi su reflejo en el espejo donde finalmente observe, como chocaba contra el suelo,

rompiéndose en mil y una gotas todas hermanas,

salpicando cuerpo y espejo.


Y la luz, la misma que penetra en la habitación donde mi cuerpo descansa ahora,

alcanzó cada una de las salpicaduras.

Tantas fueron, que al unirse unas con otras la luz cubrió todo el espejo.


Todavía recuerdo hoy ese momento.

Recuerdo que días después soñé como mis pies fueron capaces de adentrase en el mar con la intención de caminar hasta el otro lado,

creyendo que en el momento de que empezase a flotar mi sueño terminaría,

y daría la vuelta.


Para mi asombro, el agua siempre cubrió los tobillos,

 y a cada paso que daban, la duda que venia se apoyaba en la confianza del aprendizaje que iba adquiriendo, mostrando unos pies sabios capaces de encontrar el espacio, por muy arriesgados que fueran los deseos.


Confiar en el corazón hace que la vida sea así,

un remojo para los tobillos.

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