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Merzouga

  • Foto del escritor: goizekoizarra
    goizekoizarra
  • 23 may 2024
  • 1 Min. de lectura



Estuve en el sur de Marruecos.

Donde el calor aprieta y las distancias

se difuminan entre las piedras.


Adoro el aparente kaos

en el que se mueven a diario.

Aunque lloro también,

pues nuestra presencia

y la de miles,

pone en peligro de extinción esto,

que es tan suyo.


Comunidades que respiran a la vez.

Mezcla de épocas,

que poco a poco,

conseguimos transformar.


El poder del dinero con el turismo.


Después de tres días,

llego a la orilla del mar de arena.


Mis sentidos comprobaron lo real

de aquella visión.


Si, para mi fue darle forma

a cuanto había visto desde el mundo

en el que cada día vivo.


Las dunas existen.

Y el aire las peina.

Caminan alrededor del oasis.

Lo respetan.


Como lo hacen, lo desconozco.


Me adentro con pasos nuevos.

Las huellas van marcando un camino.

La arena se abre hacia los lados.


A cada paso, una muesca voy dejando.

Después de un rato,

mis pies han dejado un largo trazo en ella.


Me siento y observo al viento

crear olas

sobre estas caminantes de arena.


Sin apenas darme cuenta

el rastro que fui dejando

se desdibuja, para no volver.



En unos minutos no recuerdo

el camino de vuelta,

sino es gracias a que mis pasos fueron cortos

y me aleje con precaución.



Cuando iniciamos un proceso de terapia

es muy parecido.

Al principio son pequeños pasos,

para poder volver a casa,

a la cómoda existencia.


Con el tiempo,

el viento borra las huellas.


Y a veces, ni siquiera te vuelves hacia ellas.

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