Me Pesa lo que No Digo
- goizekoizarra
- 5 sept
- 1 Min. de lectura

Vivo la tensión en mi mandíbula,
como candado que guarda palabras no dichas.
Dientes apretados, inmóvil sonrisa,
mientras el cuerpo tiembla cansado.
Aprendí a callar por seguridad,
a ocultar el enfado para ser aceptada.
Sostener el silencio
fue mi manera de ser querida.
Pero esa lección, antigua,
hoy es dolorosa.
Lo pago con rigidez, tristeza contenida,
desgastando un cuerpo difícil de ocultar.
Aire para el alma, alivio al cuerpo.
Dejar de expresar como me siento
me desprotege,
me apago.
Cada límite tragado me añade más peso.
Cada instante de ira no expresado
lo acumulo en los músculos.
Cada “no” silenciado se queda marcado
en mi tensa mandíbula.
En Gestalt miro con suavidad este espacio.
El silencio aprendido, con gesto contenido.
Poco a poco, descubro que su presencia
vale más que tu obediencia.
Tu verdad es necesaria,
y así el enfado también respira vida.
Expresarme no es volverme dura,
es volver a mi.
Es honrar lo que siento,
dar espacio a la voz,
permitirme soltar el cuerpo.
Porque cuidarme no es egoísmo,
es volver a habitarme.
Y en este regreso
dejo de cargar
con todo aquello que no corresponde.
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