La Burbuja que un Día Necesité
- goizekoizarra
- 16 ago
- 2 Min. de lectura

El silencio es mi salvaguarda,
donde me recojo cuando el dolor se presenta.
Pero esta lleno de confluencias sinápticas
que alborotan un descanso que busco
en cada esquina.
Querer expresar el dolor de un hombre
que decidió ser padre,
para experimentar esas diferencias entre generaciones.
La que viví, la que vive él,
bajo mi atenta mirada.
No es suficiente, esta atención.
Y ello me coloca en un lugar donde la tierra,
se mezcla con las lagrimas que brotan,
y caen.
No es barro lo que se forma,
sino altares sobre los elevarse.
Me acerca a la experiencia de abandono
que me alimentó.
Fueron unos segundos, tan escasos como alejados.
Una cosa es ser confiado
y otra,
confiarse.
Y en ninguna de las dos, puedo permanecer por siempre.
Así comienza un camino como padre,
donde no siempre podré estar.
Los tiempos me alejan,
y me hacen estar mas cerca,
de esa diferencia que quise encontrar.
Cuando hieren a un hijo, desde el odio
que otros han sabido amamantar,
encuentro un lugar en el espacio,
donde el trabajo aprendido se desborda,
confiando.
Lograr separar al agresor desde la voz,
como el aullido de un lobo,
el cual sabe renunciar al ataque físico.
Saber proteger,
enseñar a separar sin mas poder que el de la palabra.
Como un bisturí separa la carne.
Nada queda unido.
Y ante la amenaza de quien cree estar por encima,
surge de nuevo un centro,
donde el miedo, por supuesto, comanda el barco,
acompañado de un amor hacia lo propio.
Es la mirada la que transforma,
comunicación pausada
y saber que este agresor tiene su camino.
Por ello, me giro y continuo en el mío.
Son los abrazos, la burbuja que creamos,
padre, hijo, pareja, amigos
los que hacen una barrera resiliente,
que vuelve rápidamente a recolocar
lo que otros trataron de derribar.
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