El Peso de la Cruz
- goizekoizarra
- 30 ene
- 1 Min. de lectura

Los recuerdos son eslabones que como las ondas tras el goteo
se expanden buscando un lugar donde recogerse y descansar.
Algunos son así.
Conozco otros que se acercan en sigilo,
con cientos de telas ondeando a su paso para no ser reconocidos.
Se esconden. Van de puntillas en silencio,
como la pequeña grieta en la pared del salón.
Hay días que no la veo. Aún sabiendo que está ahí.
Se perpetua la promesa interna de repararla.
Años después, sigue acompañándome.
Hasta hoy, no ha sido algo prioritario.
Comencé a apartar una tela, dos, tres…
hasta que el propio valor fue ganando confianza.
Le tenía delante, mirándome de frente.
Mi cuerpo comenzó a hablar.
El dolor fue su palabra y traté de escuchar,
pero el aliento fue disminuyendo
y la pulsión en la que se había convertido hacia tanto ruido,
que tuve que parar.
Exhausto, y tras rellenar con un poco de tierra
el pozo en el que me encontraba,
llegué a la superficie y desde arriba le miraba
con el corazón en la mano.
Abajo espera.
Sabe que voy a volver para encontrarnos de nuevo.
Lo agarrare con la mano que tengo libre
y acompañado del latido,
le mostraré el camino que trato de recorrer cada día,
respirando, caminando, mirando al cielo.
Un día llegué a creer que lo había resuelto,
que esa cruz que porte sobre el hombro era agua pasada.
Sin darme cuenta en las marcas y el daño
que había dejado sobre mi hombro.
Acaricio este dolor escondido entre mi carne,
ahora sabe que estoy aquí para cuidarlo.
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