Cuando Pierdes al Hijo

Perdí al hijo de la misma manera que perdí a mis padres. 

El instinto que golpea y un corazón que susurra.

Cuando perdí a los padres, impulso desbocado,

odio y rabia catalizaban mis pasos rotos. 

De un día para otro. Como la tormenta de verano. 

Cuando perdí al hijo necesité tiempo. 

Con su nacimiento todo se paro.

Me costaba respirar, sonreír, expresarme, 

sentirme parte de esta vida. 

Terapia individual, de pareja, grupal. 

Para finalmente encontrarme solo en medio de una pandemia.

Y poco a poco fui encontrando argumentos. 

Unas vacaciones de verano. 

Una nueva baja médica. 

Y el descanso. 

Parar en soledad, con el abrigo de las mantas.

¿Cómo hallaste el valor?- me preguntaron los pájaros.

Apareció.

Como desaparece la timidez cuando se siente escuchada.

Comencé a creer en mi. 

A colocar puntos sobre letras merecidas. 

A pintar con colores los dibujos inacabados,

Y valorar mi experiencia vivida.

Podía caminar solo.

Con el hijo a mi lado. 

 Y la mano izquierda tendida,

para que perciba los latidos.

Fue el 30 de agosto. Y antes de llegar a casa, 

el hijo que conocí se había ido,

para no volver.

El padre que era, 

se quedo en el kilometro 178 de la carretera, 

en el mismo instante en el que a su madre,

le decía que me separaba.

Meses después, me doy cuenta de la perdida. 

Como si la muerte se hubiese llevado por delante cuanto éramos.

Poco a poco regreso. 

Gracias sobre todo a la presencia que otorga un hijo. 

Y al coraje de un padre que quiere estar. 

Estar atento, presente.